Moda japonesa, un campo de ruptura
Cualquiera que pueda visitar la capital de Japón, percibirá en Tokyo la multiplicidad de tendencias y tribus urbanas que se despliegan por los distintos barrios de la ciudad. Estilo y actitud sobran por doquier. Ya sean las chicas Harajuku, Yankii, Gyaru o múltiples otakus en cosplay por Akihabara, la vestimenta y los adornos, adquieren dimensiones casi desconocidas para turistas occidentales.
La gran variedad de locales cerca de Shibuya y Harajuku dan la pauta de que, aún con un país que no es geográficamente grande, el mercado es inmenso. Pero a pesar de este primer pantallazo que se puede realizar al visitar el país del sol, lo cierto es que el poder adquisitivo de la población ha estado en declive en los últimos veinte años.
El escritor estadounidense residente en Tokyo, David Marx, ha sabido explicar exhaustivamente los últimos grandes cambios en la cultura japonesa en su serie de artículos nombrada El Gran Cambio en la Cultura Pop Japonesa. Marx hace una revisión histórica y cuenta que aún con una economía que parece fuerte frente a otros países del mundo, el salario de quienes trabajan se ha depreciado considerablemente en los últimos años, más aún luego de la debacle del 2008.
En la canasta básica pueden decidir ajustarse comprando otros productos más accesibles, pero la indumentaria siempre está. Para el caso de Japón, la economía está colapsando de alguna manera, dado que la población económicamente activa es reducida, o no está en su potencial, entonces no se puede sostener el sistema de jubilaciones y pensiones.
A grandes rasgos, el mercado laboral funciona así: la mujer se queda en la casa, cuidando a hija e hijo y administrando la economía familiar y por ende, sólo algunos hombres trabajan. Justamente, Japón no trabaja en todo su potencial, tiene una pirámide poblacional invertida, con una gran número de gerontes saludables y pocos nacimientos, además del hecho de que hay pocas personas trabajando y aportando (pocos, siempre en relación al número de personas adultas mayores). La gran mayoría de jóvenes decidieron no aportar más y entonces se ven a personas de 75 años o más trabajando.
Este es un problema que también enfrentan otros países de occidente, más bien del mundo en general. Aún así, la moda sigue siendo uno de los mercados a los que cualquier población se niega a renunciar. El tema es que la decisión sobre qué comprar ha adquirido nuevas características. Y por su parte, el sistema de la moda en Japón despliega una amplia variedad de marcas, desde Louis Vuitton, pasando por Vivienne Westwood, Yohji Yamamoto hasta las clásicas cadenas de fast fashion como Forever 21, H&M, Zara y las japonesas OIOI (Marui), 109 y Uniqlo, caracterizada por bajos precios y prendas estándar.
La moda japonesa es un misterio por donde se la mire, pero lo que es innegable es que a pesar de tratarse de una sociedad, hasta por momentos dolorosa y oscuramente regida por reglas y tradiciones, la moda sigue siendo un nicho de experimentación y cuasi libertad donde los mandatos pierden vigencia y la creatividad toma el mando. La libertad, en el consumo, siempre debería ser tomada con pinzas porque al momento de comprar aquello que libera (porque brinda la posibilidad de elegir lo que supuestamente gusta) simultáneamente se nos sujeta al consumo, las deudas y la lógica del algoritmo del marketing digital.
Está claro que suelen reunirse los domingos cerca de la estación de Harajuku y aparentemente gran cantidad de adolescentes tienen trabajos de medio tiempo llamados arubaito que les permiten acceder a este tipo de accesorios e indumentaria.
Se trata de un caleidoscopio de colores brillantes, pelos fucsias, violetas, verdes, uñas con un nail art súper sofisticado, polleras, el estilo lolita, las meido y mucho más. Todas estas tribus o tendencias te dan una clase sobre estilo, en tu cara. Pero a nadie le importa qué se pone quien está al lado, por lo general la sociedad japonesa no se queda mirando qué están vistiendo las otras personas. No se quedan mirando a nadie porque eso es signo de mala educación.
Esto se puede palpar en la estrella de la temporada, o mejor dicho, de las tradiciones de moda en Japón, y esa sería que en verano se usan las sandalias u ojotas con medias, de cualquier material, color, de algodón, con volados y cualquier otra forma inimaginable. Una combinación un tanto extraña debido al calor que inunda las calles y claramente una dupla que para cualquier occidental admitiría objeción y hasta comentarios que se arriman a la ridiculez.
Los hombres, por su lado, demuestran una gran influencia del estilo europeo e incluso de la moda californiana del surf. Tiendas como Beams revelan este estilo y también el mundo del Rap y Hip Hop, tan diseminado por la juventud de Tokyo. A Bathing Ape es un fenómeno japonés, ya clásico, relacionado a dicho género musical y que tiene sus fans por todo el mundo, haciendo cola para entrar a los locales.
Cultura negra y un nombre que remite al rapero ficticio de la serie Atlanta
El hombre japonés parece clásico, con su chomba Fred Perry y sus pantalones khaki pero se anima y se pone unos zapatos acordonados floreados. Triste y enigmático a la vez, el hombre no tiene miedo de ser tildado de nada y por eso se pone lo que le place porque claramente los roles en la sociedad están tan rígidamente prefijados que no habría mucho lugar para pensar en la orientación sexual del que viste.
Es hombre, trabaja, provee, no importa su vestimenta. El trabajador de oficina, comúnmente llamado sarari man, en una adaptación del inglés salary man (asalariado), anda siempre con su traje y corbata, aún cuando va a tomarse unos tragos y cantar al karaoke.
Para el caso de la mujer más adulta, el estilo prevalece en la elegancia y el minimalismo. Las figuras, siempre esbeltas, con cortes de pelo carré marcados, llevan polleras tubo hasta las rodillas y más abajo también, camisas al cuerpo, tacos o chatitas, y alguna cartera que hace juego. La mujer no parece buscar unicidad en su vestimenta, tal vez comodidad, a veces estatus social pero principalmente podría decirse que la misma refleja su rol en la sociedad, sencilla, ordenada y minimal, esconde su papel de administradora y gestora por excelencia.
Y entonces pasan a vestir, y actuar de la misma manera que sus parientes de ascendencia, acarrean con los valores y las tradiciones más antiguas. Cuando parece que viene una generación que va a cambiarlo todo, la entropía japonesa devuelve a cada persona a su orden inherente. Aunque en este recorrido, por suerte, un número importante de diseñadoras y diseñadores se animan y hay un abanico indescriptible de marcas y opciones para vestir lo que quieran, mezclando terciopelos y plisados, rojos, violetas y rosas, uñas decoradas, bindis, stickers en la cara, el infaltable barbijo y unos Dr. Martens.
Rosario, en ese sentido, está a años luz de ese despliegue infartante. No porque Japón sea mejor, tampoco porque nuestra sociedad produzca diseño y moda que no puedan ser comparados con Japón. Pero en la ciudad, y en gran parte de Argentina, la vestimenta parece estar unificada en un patrón que se repite tanto para hombres como para mujeres. El jean, y en los últimos años, las zapatillas, todavía terreno de la masculinidad, son el atuendo y accesorios más vestidos por la mayoría de la población, en una multiplicidad de variantes. Cualquier persona que visite nuestra ciudad lo puede detectar. Si bien no cargamos con tantas estructuras inamovibles en la idiosincrasia, la rigidez pasa por la reticencia al cambio, la intolerancia o el señalamiento de quien se muestra diferente. En eso, estamos a años luz. En la moda, estamos muy lejos.