Entonces el Drag es todo eso
En el último tiempo, con la luz que el magnífico poder de los medios audiovisuales le concedió, el mundo Drag comenzó a ser un tema más en la agenda de la TV. Ya no tanto como el show dentro de la cultura disidente, sino como una gran obra que merece ser mostrada por las grandes cadenas de la industria mediática en tanto espectacularización de una posibilidad de vida.
Si pensamos a qué refiere, puede que hoy se nos haga presente RuPaul’s Drag Race, programa que catapultó este tipo de prácticas a la estelaridad deseada por múltiples personas. Pero dejando de lado el árbol y adentrándonos en el bosque, podemos ver que el Drag nace mucho antes de su llegada a la pantalla chica con Logo TV. El término Drag Queen hace referencia a aquellas personas biopolíticamente asignadas al género varón que, desafiando las normas de la heterosexualidad como régimen político, visten “ropas de mujer” -las comillas intentan evidenciar la ficción misma de la clasificación de la ropa, en tanto la misma no tiene género-.
La propia palabra significa, en el inglés, “arrastrar” y en su uso descriptivo no tenía otro objetivo que hacer alusión a los largos vestidos que llevaban los actores masculinos que comenzaron a montarse, en la segunda mitad del Siglo XIX. Así, personajes interpretaban obras con el objetivo de satirizar el estilo aristocrático, su política, los roles de género y la sociedad que esta clase social proponía.
Es mucho más adelante, con la revolución sexual, que las disidencias sexogenéricas comienzan a tener visibilidad y a entrar en la escena. Las existencias disidentes, esas otras que el régimen heterosexual intentaba silenciar y arrojar a los márgenes aparecen con más potencia. Es en los ’80 que se comienza a filmar un documental llamado Paris is Burning, que tuvo su estreno más tarde, llegados los 90. En él se expresa claramente cómo el drag era, no sólo un género artístico realizado por actores especializados, sino también una práctica disidente y de clases marginales.
El Drag tiene tal potencia disruptiva y tensionante de los roles y normas sociales que la misma Judith Butler, valiéndose de Paris is Burning como uno de sus ejemplos, desarrolla su teoría sobre el carácter ficcional y performativo del género. Pero el documento bellísimo que se realiza en la pieza audiovisual, no sólo muestra lo ficcional de esta categoría, en tanto cualquiera puede interpretar el género contrario al que fue asignado al nacer. También pone de manifiesto otras existencias y formas de vida que no eran las tradicionales. Transitar los salones del Drag era también una estrategia de sobrevivencia en una sociedad que se vale de la otredad para sostenerse. Esta práctica unía y creaba lazos de solidaridad entre las maricas, transexuales, proto-trans y trabajadoras sexuales que eran expulsadas de sus hogares, o de los que huían como una forma de continuar existiendo en tanto tales.
Cada una de ellas era dirigida por la marica más vieja, que en su función de madre, cumplía la importante tarea de resguardar a cada una de las hijas. A su vez el documental muestra cómo se organizaban competencias en las que se enfrentaban entre ellas en el Ball. Puede decirse que si el mundo heterosexual gira en torno al mundial, la disidencia sexual tenía como evento principal el Ball, para el cual se preparaban todo el año.
Prepararse era pensar, crear y producir, incluso desde lo mínimo. Prepararse también era salir a robar a las grandes marcas de ropa y costura. Las diferencias de clase se siguen haciendo presentes también en esta cultura. Pepper Labeija es quien lo deja en claro cuando dice: “En el Ball fantaseamos con ser súper estrellas. Es como ir a la entrega de los Óscars o desfilar en la pasarela como modelos. Muchos de los chicos no tienen donde caerse muertos. Algunos ni siquiera tienen para comer. Vienen a los desfiles muertos de hambre. Duermen en el albergue del grupo, Under 21, en el muelle o donde sea. No tienen hogar, pero roban cualquier cosa para meterse en el desfile, para hacer sus sueños realidad”. Paris is Burning nos viene a recordar que el Drag es eso que decíamos en un principio: práctica política de resistencia que incluye la hermandad entre la disidencia y una forma de vida específica.
En la actualidad, la visibilidad que cobró no tiene punto de comparación. RuPaul’s Drag Race transformó en producto, para el consumo audiovisual, una práctica potente de resistencia político-cultural. Esto tiene su propia contradicción, como todo lo que se genera en el capitalismo. Si bien este programa, con formato de competencia, muestra que dichas existencias son posibles, produce el imaginario de que sólo así es como estas deben tener lugar. A su vez genera estereotipos estigmatizantes y el formato de espectacularidad margina y aplasta las posibilidades de hacer Drag desde los pocos recursos.
Pero dicha espectacularización y deglución por parte de los medios hegemónicos a través de RuPaul, quizás no se imprima en todos los cuerpos dragueados. La competencia desmedida en la pantalla no tiene tampoco la capacidad de imposibilitar la creación de ciertos lazos amicales dentro de ese cotidiano, aunque sí tiene la fuerza de establecer hegemonías y personalidades destacadas. Como también provocar el endeudamiento de un gran número de participantes que, con el único objetivo de ser parte de la “realeza”, adquieren créditos para comprarse los mejores truques para lucir en la pasarela, como quedó expreso en la última emisión. Puede decirse que la realeza desplaza, en tiempos de neoliberalismo, la legendariedad y responsabilidades políticas de la madre de una casa que Paris is Burning mostraba.
Algunos casos como el de Charlee Espinosa traen a la actualidad la cultura trash y multidisciplinar del Parakultural, ese teatro alternativo y underground que tuvo como principales exponentes a Batato Barea, Urdapilleta y Tortonese. Sonica Satana y Nube, en Capital Federal, conducen y realizan performances en varios de los espacios que se crean constantemente para mantener vivo al movimiento drag, como fiesta Turbo o La Drag Fiesta. El Club Kid tiene vida con Lest Skeleton, Le Brujx, OrkGotik y Petra Diphusa. En Córdoba, La Oh despliega glitter y sensualidad en cada una de sus intervenciones, mientras que en nuestro escenario local, algunas de las dragas más históricas como Osquria y Acqua Queen siguen haciendo sus presentaciones. Pero también van entrando en la escena rosarina otras formas de entender al drag y nuevas posibilidades de la mano de Beige, Elfo Domesticx y Tatiana Delacour que le imprimen su singularidad a la perspectiva más ligada a la expresión corporal y el teatro. La Lucero irrumpe con su estética burlesque, mientras que la parte más dragqueer y disidente encuentra corporalidad y expresión con Galadriel Dunros y Limma Limmón en sus presencias ya sea en Furia Drag Club, DancingQueer o Fanática y Viciosa.
Como no todo es hegemonía capitalista o, mejor dicho, como hay hegemonía capitalista también hay existencias y expresiones que resisten a esos estereotipos, que se encuentran en los márgenes, porque como dice LaBeija: “nos privaron de todo y sin embargo, aprendimos a sobrevivir”.
Fotografía de portada y final: gentileza de Furia Drag Club, por Luciana Mammana