1 octubre 2018 Por: Victoria Nannini Género, Judith Butler, kriomix, moda
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La moda articula el cuerpo, produciendo discursos en el mismo, que son traducidos en la indumentaria a través de las prácticas corporales de la vestimenta por parte de las diversas personas. La indumentaria implica diariamente vivir la experiencia de actuar sobre el cuerpo. El cuerpo vestido emerge de negociaciones complejas entre las formas que adquiere el propio cuerpo (gordo/delgado, joven/viejo, etc.) y las múltiples identidades (estudiante, profesional, madre, etc.), que deben ser presentadas en los diversos contextos de nuestra sociedad.

 

De todos los aspectos de la identidad que la moda parece articular, el género es el más preeminente ya que la indumentaria es el marcador social visible de la diferencia de género. Desde que nacemos se intenta vestirnos con prendas que responden a un género, las nenas de rosa y los nenes de celeste. La diferencia de género se ve más claramente que la diferencia de clases, status o grupos, donde si bien siempre se persigue la distinción al utilizar ciertas marcas o estilos, pueden ser más ambiguos en su significación.

El consumo de moda, desde una teoría de la performatividad, nos permitiría pensar las nuevas características que se atribuyen a determinadas prendas y marcas que pueden estar relacionadas con un género específico y que son actualizadas en la medida en que las personas las visten y actúan en sus cuerpos representando aquella identidad con la que se reconocen.

En palabras de Judith Butler, filósofa referente de estudios de género, la performance presume un sujeto, mientras que la performatividad disputa la noción misma de sujeto. Que el consumo de moda sea considerado en términos de performatividad significa pensarlo en la medida en que es actuado. Una actuación que es siempre a través del cuerpo, no siempre intencionada, ni consciente y tampoco anclada en un solo individuo. La significación no necesariamente debe responder a una elección en un momento determinado sino que es la cita de una norma. La norma es aquella que se repite en el tiempo por usos, costumbres o leyes. Y el acto de citar es poner en funcionamiento la norma, actualizarla, llenarla de contenido en un tiempo y espacio y dar lugar a nuevas interpretaciones en una repetición estilizada de actos.

A todas las personas se les asigna un género y algún otro atributo que no existe por fuera del discurso. No es raro que una mujer reciba algún halago en la calle por la forma en que está vestida, si muestra demasiado las piernas o el escote. Sólo a una mujer se la acusa de seducir con la vestimenta o de ser culpable de un ataque o violación, por haber llamado la atención del hombre incontenible. En términos heteronormativos, si un hombre viste de mujer es degradante, mientras que una mujer vestida de hombre puede pasar ligeramente desapercibida.

 

 

Sólo a una mujer se la ha acusado de gastar demasiado en una cartera o zapatos Christian Louboutin (como fue el caso de la ex mandataria argentina) mientras que a un hombre que destine una gran cantidad de dinero en un traje, nadie lo tildará de la misma manera. Probablemente nadie esté escribiendo una nota sobre los zapatos o el traje que usa el actual presidente ante alguna importante reunión, a lo sumo pueden hacer referencia de lo que lleva su mujer si allí apareciera. Las relaciones de poder a partir del consumo de moda funcionan de manera distinta para hombres y mujeres.

Es verdad que hay marcas destinadas a mujeres que utilizan en sus campañas a hombres, ropa que está catalogada de unisex, prendas de mujer que adquieren el nombre de boyfriend (como si fueran del novio) para referirse a jeans o camperas, ropa deportiva de talle único bien grandes, que está ganando terreno. Hay una heterogeneidad en la oferta y múltiples estilos de los cuales quienes consumen moda pueden optar. Entonces es posible nombrar la existencia de una mixtura o hibridación de múltiples estilos que antes parecían incompatibles, actuando al mismo tiempo y ya no la simple adhesión ferviente a una sola subcultura. La consumidora o el consumidor de moda pueden estar interesados e influenciados por el Hip Hop, los animé, el básquet, la comida vegana, la cultura drag y mucho más.

Este dualismo heterogeneidad/homogeneidad devuelve un escenario de chicas que se cortan el pelo bien cortito, chicos que se lo dejan más largo, jóvenes con cabellos de colores fantasía, con piercings, jeans y zapatillas similares. La heterogeneidad en la oferta de valores y estilos tiene como contrapartida una homogeneidad en el uso y el consumo. Las fronteras están diluidas y las figuras de referencia pueden ser transexuales de la talla de Kaitlin Jenner, Isis King, Andrea Pejic, actores y actrices de aspecto andrógino como Ezra Miller y Tilda Swinton, o incluso una banda de coreanos jovencitos como BTS cuya vestimenta y aspecto generan dudas sobre el género.

Sin embargo, la disputa permanece en pie. Las relaciones de poder siguen expresándose en un plano de desigualdad. La mujer por lo general gana menos, aún en puestos similares que el hombre. La mujer siempre está en desventaja en su trabajo cuando elige la maternidad, pero además, ahora la mujer tiene que ser madre, profesional exitosa, tener un cuerpo formado, vestirse y lucir bien. Todavía tiene muchos mandatos que pesan sobre su imagen y con los que debe acarrear.

No quisiéramos saber qué dirían hombres y mujeres de este hecho. Y si fuera un jefe, que no quiso afeitarse y llega al trabajo desalineado, no habría mucho para acotar. ¿O qué hay si llevara los ojos delineados? Ahí ya existe una diferencia clara entre los géneros: maquillaje remite a la mujer; pelos/vellos remiten al hombre.

Lo que se puede agregar a todo el concepto de la diferencia de género a través de la indumentaria es que si bien se puede ir por la vida nombrando y encasillando a las personas por lo que manifiestan según su vestimenta y apariencia, lo verdaderamente importante es poder pensar qué significan cada uno de los nombres que usamos para referirnos a alguien, qué implica en cuanto a su género, su procedencia, su trabajo y más.

Un empleado de oficina, una mujer elegante, un trabajador de la construcción, no son características de una persona con las que se nace sino que se hacen socialmente, un poco en los términos performativos de los que habla Butler y lo que aquí suscita cuestionamiento es pensar qué significan en nuestra sociedad cada una de esas clasificaciones y cómo se espera que actúen las personas una vez categorizadas con determinadas etiquetas.

La forma en que están vestidas las personas nos dice mucho de ellas y sería posible afirmar que nos dice aún más sobre quien habla, que al emitir el prejuicio inmediato sobre la apariencia de otra persona, está dando a conocer las estructuras que conforman su propia forma de ver el mundo. Lo que percibimos de la otredad, lo nombramos con los términos y valores que conocemos. Si le preguntáramos a un niño, a una niña, a dos adolescentes, a un hombre y a una mujer anciana sobre quién les parece que es la persona de la imagen, probablemente las respuestas sean de lo más variadas y dependerán, también, del contexto del cual provengan.

 

 

La identidad y el género son actuados en el cuerpo a través de la vestimenta. Comunicamos un mensaje al mundo sobre quiénes somos cuando elegimos qué ponernos (aún cuando la elección es inconsciente y nos precede), pero no decimos todo sobre nuestra persona sino una infinitesimal parte. También comunicamos cuando hacemos una apreciación sobre lo que llevan puesto otras personas. Pero en esta diversidad de perfiles e identidades, la univocidad puede volverse confusa y no remitir a un sólo tipo de identidad.

Lo que tal vez deberíamos reflexionar es que, como esos mensajes no son unívocos sino polisémicos, una mujer que camina por la calle mostrando sus piernas o un escote prominente, no implica que quiere ser tomada sexualmente, tampoco un hombre vestido de mujer busca que le paguen por sexo y le golpeen, menos aún quiere decir que le hayan dejado de gustar las mujeres (Laurence Anyways y Normal). Y esto por dar ejemplos llevados al extremo. La indumentaria sólo nos dice una pequeña parte de la otredad, pero para saber más y poder nombrar y categorizar hay que conocer sobre su contexto, trayectoria, relaciones, trabajo, pero sobre todas las cosas, es menester respetar y aceptar.

 

Fotografía de portada: Licencia Creative Commons, autor John Shedrick, Ladyboys in colorful costumes performing on stage at the Alkazar Cabaret in Pattaya-22.

Fotografía final: Chantal Regnault, retrato de Octavia Saint Laurent en Voguing and the House Ballroom Scene of New York City 1989-92.

Autoras que sirvieron de referencia en el artículo: Joanne Entwistle, María Laura Zambrini, Judith Butler.

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