El barbijo es el mensaje
Pensar al barbijo como medio en términos de Marshall McLuhan nos invita a reflexionar sobre el mismo no simplemente como lenguaje o tecnología, que abre las puertas a otros niveles sinestésicos, sino también como artefacto de moda cual interfaz que ha reconvertido y reconfigurado las significaciones de la identidad y la representación de las personas en el contexto actual.
El simple hecho de que en Occidente el barbijo únicamente ha sido utilizado en contextos ligados a la salud y advertía una significación absurda para quien lo llevase por la calle (porque taparse la cara, uno de los principales medios de identificación entre las personas, alude en nuestras culturas puramente visuales, a la delincuencia y lo payasesco) hace de este accesorio la panacea del cuidado y hasta resulta obsceno ver las caras de las personas cuando no lo llevan.
La fugaz adopción del barbijo como medio nos hace preguntar por sus fundamentos. La primera razón yace en el límite que este medio establece entre la vida y la muerte, luego su imperativo de acatar las normativas de cada ciudad, comercio, etc.; también su carácter de tecnología habilitadora de otros mundos sensoriales posibles. Por último, su conversión en un accesorio más de moda, cuyo uso admite diversas significaciones del orden identitario.
Es posible reconocer un vínculo que el barbijo establece con el cuerpo. Por un lado intensifica algunos sentidos, anulando, bloqueando, ocultando y atrofiando otros; torna caduco al maquillaje (a excepción del de los ojos) y recupera su antigua modalidad de uso en etapas epidémicas.
La configuración de este medio/interfaz, el barbijo o tapabocas ha redefinido actualmente el tipo de relaciones que se establecen entre las personas socialmente y ha manifestado cómo, a partir de él, se tramita la circulación de sentido. El uso del barbijo genera consentimiento, respeto mutuo, cuidado, la fina línea entre la vida y la muerte, el permiso para circular, trabajar, y especialmente para ser-en-el-mundo conviviendo con amenazas bacteriológicas.
El cuerpo, entre el mensaje y el medio
El cuerpo es un medio de expresión, ser-en-el-mundo, atravesado por las significaciones culturales. Somos cuerpos que entran en intercambio, se relacionan y se comunican. La comunicación que se establece en cada encuentro es un contacto desde y con las corporalidades. Pero hoy estamos ante una situación particular, los vínculos se encuentran determinados por el contexto pandémico en el cual, salir a la calle, transitar y encontrarse, están mediados por nuevas prácticas y elementos; allí, el barbijo, en nuestro cuerpo, en contacto con nuestra piel y limitando dos sentidos -olfato y gusto.
Nuestro cuerpo está en peligro y debemos cuidarlo para no infectarnos de un virus que acecha al mundo entero. En ese contexto, el barbijo es la protección y la posibilidad de cuidarnos, porque salir se presenta como una amenaza a nuestro ser. El bloqueo de dos sentidos cuando salimos a la calle, nos invita y obliga a establecer nuevos códigos y relaciones con el ambiente. Todas nuestras experiencias sensoriales son percibidas a través de los cinco sentidos, mediadores con el exterior que nos permiten apropiarnos de situaciones y momentos.
Sin embargo, la sumisión de estos dos sentidos no es nueva. En Occidente, la mirada es el sentido hegemónico para cualquier desplazamiento, ya que la ciudad es una disposición de lo visual y una proliferación de lo visible. Así, la vista resulta ser el sentido más constantemente solicitado en nuestra relación con el mundo, abraza una multiplicidad de elementos. Mirar permite conocer y descubrir el mundo, el entorno, el detalle.
La vista requiere de otros sentidos, sobre todo del tacto, para ejercer su plenitud. La vista es siempre una palpación mediante la mirada, una evaluación de lo posible, apela al movimiento y en particular al tacto. Prosigue su exploración táctil llevada por la mano, por los dedos, por la totalidad del cuerpo. El sentido habilitado en este contexto sigue siendo la vista. El barbijo/tapaboca bloquea, reprime, limita y oculta el sentido del olfato y del gusto en nuestros recorridos en el espacio público. Sentimos la obligación de transitar en la calle con este nuevo elemento que es parte de nuestra cotidianidad, pero implica un nuevo aprendizaje en nuestra inmersión en el mundo.
Si bien tradicionalmente nuestra cultura implica una valoración de lo visual por sobre otros sentidos, el hecho de verlos inhibidos en los recorridos que realizamos en la vía pública nos permite preguntarnos qué posibilita -evitar el contagio- e imposibilita el uso de este elemento. Somos una conjunción de sentidos, entonces, si bien la vista es el que más solicitamos, el olfato y el gusto se encuentran imposibilitados.
Nuestro aparato sensitivo se encuentra reconfigurado porque se usa plenamente en privado. Dentro de nuestros hogares podemos ser-en-el-mundo con todos los sentidos, afuera no. Mientras que en Occidente esta forma de andar es particular, en Oriente, cubrirse la boca y la nariz, o toda la cara, tiene simbolismos espirituales, culturales y religiosos.
Sin dudas, estamos aprendiendo nuevas formas de relacionarnos. En mediatización constante de nuevos elementos y por consiguiente, nuevas prácticas que están configurando y reconstruyendo otras.
El barbijo como moda. Extensión de la piel y afirmación de nuestras identidades
Desde su utilización en espacios de trabajo, más allá de los relacionados con la salud, es posible vislumbrar un enamoramiento respecto del barbijo que proyecta en sí mismo el cinismo propio de nuestra época. Aquello que nos torna iguales, se vuelve el objeto que permite a las personas diferenciarse en su habitar el mundo.
La adaptación del barbijo permite el reconocimiento de todas las personas como dotadas con características similares. Somos iguales, tenemos bocas y narices que debemos cubrir y proteger de un virus. Pero al mismo tiempo, en clave simmeliana, es el accesorio que permite diferenciarnos de la otredad y ubicarnos en otra posición del espacio social.
Esta interfaz, define un nuevo vínculo entre muchas personas, hace posible zonas de contacto, específicamente el cruce de miradas. Empezamos una etapa de juzgar a partir del barbijo, y si hablamos en términos más estéticos, a partir del tapabocas como si fuera, en efecto, una prenda o accesorio más de nuestros atuendos cotidianos. Una extensión de nuestra piel.
El barbijo/tapabocas nos traduce. Es interesante cómo la indumentaria y sus percepciones asociadas revelan toda la trama de estereotipos que operan en la interacción social. Si se trata de una “persona peligrosa”, “pobre”, “profesional”, “gente de bien”, son las clasificaciones que establecemos a partir de las impresiones que obtenemos de cada quien, que a manera de un potente prejuicio, siempre provienen de la forma en que están vestidas.
Desfile de la colección de primavera-verano 2020 de Marine Serre.
Quienes atienden a la importancia de llevar un tapabocas con estilo, buscan diseños, telas, estampas y hasta la exhibición de logos de marcas en los mismos. Asimismo, surgen posibilidades de comunicación y militancia de ideas al momento en que estos emiten enunciados que no se están pudiendo decir mediante el habla, o con los gestos faciales.
Este artefacto dice algo de quien lo lleva, admite ambigüedades respecto del género y dispone nuevas configuraciones artísticas por parte de personas fanáticas de la moda.
Así como las viejas pancartas del ‘68 han tenido su más reciente reversión en los slogans estampados en remeras, el tapabocas da lugar al statement, la afirmación de una identidad, borroneada por su mismo uso. Una paradoja de este medio, como todo medio que lleva en sí mismo procesos contradictorios. El barbijo/tapabocas resuelve el problema del contagio, la higiene y se convierte además en signo de imitación/distinción y en una afirmación de nuestras personalidades.
Si bien nunca es directamente lineal la interpretación del lenguaje de la moda, cada elección estética resalta rasgos propios de la identidad. No podemos leer en el uso del barbijo/tapabocas la clase social de una persona, su orientación sexual, sus ideales políticos pero sí podemos advertir algunas de sus preferencias y pertenencias a subculturas.
Entonces el barbijo produce nuevos ambientes de interacción, el despertar de la curiosidad sobre quiénes son las otras personas, qué hacen y la imposibilidad de juzgar por la cara si parecen o no delincuentes. El barbijo ha llegado para solucionar el miedo virósico en esta biopolítica autoconsentida y voluntaria, donde el virus se ha vuelto un puro medio sin mensaje.
Si el barbijo refleja todo lo que nos está pasando, el lenguaje de nuestra época se traduce en que aquello que no podemos decir verbalmente lo afirmamos con un diseño en nuestras bocas, y hasta en gran parte de nuestras caras. El barbijo se desentiende de todo y emite muchos mensajes indescifrables. De esta manera, la moda puede ser parasitaria, puede volverse un virus. Y si el virus es el mensaje, el barbijo se ha vuelto un virus diseminado en los rostros de la población, entonces, el barbijo es uno de los tantos mensajes.
Fotografía del desfile: Alessandro Lucioni / Daniele Oberrauch / Gorunway.com.